Un mundo sin gérmenes
Artículo por: Revista Potencial Humano
En la actualidad el hecho de lavarse las manos se ha convertido en una actividad muy común y de alguna manera obligatoria ante la situación que estamos viviendo, cabe mencionar que esta actividad tiene múltiples beneficios, sin dudar en ningún momento que se pueden eliminar gérmenes y bacterias cuando enjuagamos nuestras manos con agua y jabón. Pero esto no siempre fue así, hace unos 200 años el panorama en materia de asepsia era muy diferente, incluso en los antiguos centros de atención médica.
Antes de que científicos como Louis Pasteur y Joseph Lister confirmaran la teoría de los gérmenes como causantes de las infecciones, incontables personas perdieron la vida por la falta de asepsia en los hospitales.
Durante 1840 en Europa era más seguro para las mujeres dar a luz en plena calle que dentro de una clínica, y esta terrible realidad de las salas hospitalarias de aquella época era vista como algo normal; camas con manchas de sangre y moho, almohadas y colchones infectados de piojos, y el piso cubierto de aserrín para absorber la sangre y los fluidos corporales, sin mencionar el olor que desprendían habitaciones y pabellones, y la sala de autopsias. Pero en ese entonces el personal médico consideraba aquella situación como un ambiente propio para atender pacientes de todo tipo. Era común que, luego de examinar y diseccionar cadáveres, los médicos pasaran a la sala de parto sin siquiera lavarse las manos o cambiarse de ropa.
Ignaz Philipp Semmelweis nació el 1 de julio de 1818 en Tabán, un barrio que actualmente forma parte de Budapest, Hungría. Para 1837 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Viena, pero un año después se cambió a Medicina.
Terminó su Doctorado en Medicina en 1844 para luego especializarse en Obstetricia y aceptar un puesto como médico ayudante en la Primera Clínica Obstétrica del Hospital Maternal de Viena. Fue allí donde Semmelweis hizo una de los descubrimientos más importantes para el adelanto de la ciencia médica.
Mientras realizaba sus labores en el Hospital Maternal, este doctor húngaro observó algunas diferencias entre dos salas obstétricas, una de ellas era atendida por parteras o matronas, mientras que la otra recibía la asistencia de estudiantes masculinos de medicina. Esta última sala tenía una tasa de mortalidad 3 veces más alta que la primera.
Las mujeres en trabajo de parto eran especialmente vulnerables a tener una muerte prematura, especialmente si habían sufrido un desgarre vaginal o tenían heridas abiertas. Semmelweis quería entender por qué había una diferencia tan grande de decesos entre las dos salas de obstetricia, siendo que ambas implementaban los mismos métodos.
Cuando una mujer moría de fiebre infantil, un sacerdote católico visitaba la sala y tocaba una campanilla en señal de duelo. Semmelweis concluyó que el estridente sonido de la campana aterrorizaba a las demás parturientas, provocándoles fiebre y finalmente, la muerte. Entonces tomó medidas para que el sacerdote no visitara más las salas, pero la tasa de mortalidad seguía sin presentar variación alguna.
Tiempo después en 1847, un compañero de Semmelweis murió después de cortarse una mano durante una práctica de autopsia. Este detalle encendió las alarmas del doctor, quien estableció una relación entre la manipulación de cadáveres y la muerte de las mujeres en trabajo de parto.
Además, los doctores que atendían la sala de parto donde fallecían más mujeres también solían practicar autopsias, mientras que las matronas solo se dedicaban a atender a las parturientas. Una razón más para que Semmelweis concluyera que la falta de higiene podría ser la causa de tantos fallecimientos.
Fue entonces cuando Semmelweis decidió instalar un depósito de agua con cal clorada para que los doctores se lavaran las manos antes de atender a pacientes vivos. Para su sorpresa, la tasa de mortalidad descendió de un 18% a tan solo un 2%, confirmando que sus afirmaciones tenían fundamento.
Con todo, Semmelweis no podía explicar con exactitud cuál era la relación entre la manipulación de cadáveres y las muertes de mujeres embarazadas. Esta y otras razones llevaron a muchos médicos a rechazar sus sugerencias, y hasta acusarlo de haberse vuelto loco.
Tristemente, el grandioso descubrimiento de Semmelweis fue ignorado por varios años, y el doctor comenzó a sufrir de problemas mentales hasta que finalmente fue recluido en un manicomio, donde murió. Sin embargo, hoy en día es considerado el padre de la asepsia médica y lleva el título de “El salvador de las madres”.
No cabe duda que Semmelweis realizó un gran aporte que ha salvado muchas vidas, y que en estos tiempos de pandemia le agradecemos infinitamente.
“Fue internado en un manicomio por implementar el lavado de manos en los hospitales”