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Tokio 2020 y el gran dilema ¿brillo de metal o el brillo mental?

Los juegos olímpicos, tradición festiva que desde hace más de un siglo representa un hervidero burbujeante de sucesos atípicos y excepcionales. Se ha convertido en una plataforma inigualable de sucesos que han marcado hitos en la historia de la humanidad y que se alinean en filas interminables, incluyendo desde penosas atrocidades hasta demostraciones del más noble humanitarismo. Los 5 aros coloridos me llevan a pensar en grandes lupas que magnifican todo lo que acontece en la intimidad de este evento superlativo, al cual los espectadores alrededor del orbe tenemos la dicha (y la garantía) de ser testigos (a la mitad del año y durante un mes) de la ruptura de múltiples récords. Gracias a la difusión tan potente con la que estos juegos cuentan, podemos notar como se derriban las marcas que quedaban suspendidas a la espera de ser vapuleadas conforme se iban haciendo presentes las excepcionales capacidades de los atletas (y su inagotable potencial que les hace humanos) que se ganan su derecho de piso en Japón: hombres y mujeres que entienden que muchos de los límites están para romperse.

         Estos valerosos protagonistas han sido, son y serán inspiración para los millones de personas que, desde casa y por nuestros dispositivos electrónicos, admiramos sus proezas. Nos impactan sus piruetas, quedamos rendimos ante sus acrobacias y en nuestras conversaciones añoramos con imitar sus destrezas mientras cómodamente sentados criticamos o aplaudimos sus conquistas. Son sus acciones las que nos llevan a incorporar en nuestra cotidianidad grandes lecciones de osadía, determinación y coraje hacia la realización de cualquiera que sea nuestro sueño, la energía que nos contagian hace que importe poco el hecho de que seamos o no deportistas, lo relevante es que seamos capaces de derribar los obstáculos y limitantes que nos separan de conseguir el éxito convertido en los resultados esperados.

         Es preciso mencionar que en su momento fueron justamente los desafíos y contrariedades los que amagaron con poner un alto a la noble idea que compartieron el padre Henri Didon y su amigo Pierre de Coubertin. Su idea novel, romántica y sin fines de lucro generaba una resistencia generalizada, ya que la posibilidad de un movimiento que representara los valores de unión, paz y armonía bajo el nombre del deporte era simplemente algo demasiado innovador y totalmente disruptivo. Sin embargo y contra todos los pronósticos, juntos celebraron en 1894 y con enorme alegría la proclamación del lema “Citius, Altius, Fortius” durante en el primer Congreso Olímpico; y cuando aquellos límites paulatinamente fueron cayendo, dos años después se hacía realidad en Atenas la primera justa que hacía eco de los tiempos ancestrales en los que desnudos y portando coronas de laurel sobre sus cabezas, los participantes veneraban a un expectante Zeus que se posaba allá en lo alto.

         Las frases comunes como: “los límites están para romperse”, “derribar los obstáculos que nos separan de conseguir el éxito” y otras como “la satisfacción está detrás de los desafíos, sólo hay que traspasarlos”, me llevan a preguntarme ¿A qué tipo de límites, obstáculos y desafíos nos referimos cuando decimos que estos se deben traspasar, romper o derribar?

         Recuerdo que cuando Michael Jordan, portador del oro olímpico en Barcelona 1992, mencionó que “quien dice que juega al límite, es porque lo tiene” su declaración causó un tremendo furor y sigue siendo una referencia cuando vas al buscador en internet al encuentro de frases motivadoras, pero también es cierto que el mismo basquetbolista conoció su límite cuando se enteró de que su padre había sido brutalmente asesinado, la muerte de quien fuera su “roca” impactó tremendamente en su rendimiento, su desempeño sufrió un notable revés y le impulsó hacia un prematuro retiró de las duelas. Si bien, AIR JORDAN regresó para conseguir otro triplete con sus amados BULLS, mucho le costó sobreponerse a ese terrible acontecimiento y a todo el vendaval emocional que tiñó su 1993, un año cargado de intensidad en todas direcciones.

         ¿Te suenan familiares las iniciales Z. C.? Siglas generalmente utilizadas para nombrar la Zona de Confort, Zona Cómoda ó Zona Conocida. Me cuestiono si después de los sucesos que vivió durante el año posterior a su participación con el Dream Team y portando el número nueve en su espalda, ¿M. J. atravesó el umbral de su Z.C.? Y si ese fuera el caso ¿Lo hizo conscientemente o el destino le encestó algunos puntos “ilegalmente”?

         Veamos, si tuvieras un trozo de tiza en tu mano ¿en dónde dibujarías la línea para demarcar la famosa Z. C. que se dice “nos rodea”? No tengo el dato exacto, pero quizás la expresión “Comfort Zone” y sus innumerables sinónimos o traducciones debe haber sonado durante estas últimas décadas casi tantas veces como las canciones “Baby Shark” o “Despacito”. Entiendo que la utilidad de ese par de palabras juntas es mostrarnos que hay siempre algo “más allá” de lo que conocemos, alentándonos a visualizar, confiando en nuestras cualidades creativas y capacidad imaginativa, que solo hay que “romper las barreras del miedo y de la certidumbre al exigirnos un poco más para alcanzar eso que está sólo un poco más distante”. Pero detengámonos por un momento ¿qué tanto (y quien lo establece) representa ese “poco más” y cuál es el “precio” (“coste, gasto, cuota”) que hay que pagar por alcanzarlo?

         Hemos visto, durante el recorrido de cuatro años que marca cada olimpiada, que los competidores se enfrentan en un constante e interminable acumulado de todo tipo de desafíos, y el hecho de lograr romperlos (o atravesarlos) provoca un casi inevitable brote de gotas de agua por los ojos, lágrimas que surgen de la combinación de alegría, gozo, júbilo y exaltación desbordantes, aunque también (y en una cantidad mayor de ocasiones) este surgimiento de humedad es el reflejo de sentimientos como tristeza, rabia, impotencia, agonía, frustración o lamento. Lo más interesante es que ningún (ser humano) deportista está exento de emocionarse, ya que es bien sabido que la perseverancia, el sacrificio, el esfuerzo y la exigencia que representa perseguir el oro olímpico conlleva a elegir un estilo de vida muy distinto al convencional. El afán de soportar el ritmo de entrenamientos además de la presión por alcanzar una presea, son parte de una carga tan pesada como constante en el ambiente del deporte de alto rendimiento.

         Todos los atletas que aspiran metas extraordinarias están destinados a enfrentarse con desafíos monumentales, lo importante es ir por buen camino hacia ellas. Pero ¿cuál sería el verdadero y más preciso parámetro para saber si en la aventura que recorre todo deportista se está dirigiendo por “buen camino”? ¿será que alguna vez el deportista se ha cuestionado lo que significa “buen camino” desde su perspectiva singular? ¿Quién le ayuda a percibir y saber dónde colocar la línea punteada de la previamente nombrada Z. C.?

         Ese parámetro, el gran calibrador es el termómetro emocional interno, el cual representa la manera más exacta para notar si las experiencias que recorren los deportistas en aras de superar sus limitantes y dejar atrás las barreras que les impiden aumentar sus niveles de desempeño y satisfacción están resguardada por marcos seguros, contextos sólidos, ambientes éticos y acompañamientos coherentes, de lo contrario las posibilidades de que todo se derrumbe de manera abrupta y con serias repercusiones son sumamente altas.

         Sugiero entonces que hagamos un pequeño cambio en las iniciales Z. C., y a partir de ahora recomiendo que le llamemos la Zona de las Consideraciones. Y para aclarar mejor este asunto, me gustaría utilizar, de entre muchas de las posibles metáforas deportivas, la del equilibrista, ese audaz y valiente personaje quien montado sobre una “cuerda floja” avanza desafiando la fuerza más constante de todas, la de gravedad.

Para efectos de un acertado avanzar sobre ese cable, ambos extremos del mismo deberán estar sumamente bien sujetos. Así que, fijamente atada, uno de los dos lados estará amarrada al futuro, dirigida a las inevitables expectativas, a la representación de los estados deseados, a la apuesta por lograr esos resultados que simbolizan los 3 preciados metales: oro, plata o bronce. Del otro lado y está bien aferrada al estado presente, la realidad, el eterno “aquí y ahora”, a ese momento al que le imponemos constante y naturalmente nuestras conjeturas, juicios e interpretaciones, pero que (fenomenológicamente hablando) “es lo que es”. Estos dos términos bien firmes permiten que exista una tensión constante (y necesaria) en la cuerda, siendo el deportista quien requiere moverse sobre ella en pos de conseguir sus metas. El arte consiste en mantenerse 1) equilibrado, 2) enfocado y 3) con una energía tal que le permita avanzar con la cadencia y ritmo necesarios.

         Aquí es donde entra nuestra nueva interpretación de la Z. C., ya que así como hay dos extremos entre los cuales el deportista se tambalea para avanzar, también, existen dos tipos de consideraciones, ya que en el camino compuesto entre la realidad y el deseo tenemos aquellas consideraciones que son objetivas (externas y universales) y las que son subjetivas (internas y relativas).

         Es decir, volviendo a la metáfora ¿qué es lo verdaderamente peligroso de cruzar una soga en tensión y suspendida en el aire? Quizás la respuesta más obvia sea, como ya decíamos, la gravedad, siendo en efecto una fuerza que representa una consideración objetiva, precisa, imparcial, universal, externa y evidente. ¿Acaso hay alguna duda de que si el equilibrista (en este caso el deportista) no considera la gravedad en su recorrido sobre la soga pueda terminar hecho una “tortilla” en el piso? Exacto, las posibilidades de caer son altísimas.

         Ahora, ¿cómo convertimos a la gravedad (consideración objetiva/externa) en una consideración subjetiva (es decir, su simbolismo relativo/interno)? Esta tendría que ver con la respectiva interpretación y el flujo emocional que aparece en consecuencia, en este caso puede surgir la emoción del miedo ¿y miedo a qué? miedo a venirse abajo, tropezar, a perder, fracasar, soltar, ceder. Date cuenta como el miedo funge tanto como un posibilitador (“dado que no quiero caerme, lo tomo como un reto”) así como un imposibilitador (“dado que no quiero caerme, lo tomo como una maldición”), siempre dependerá de la manera como se aproveche ese recurso o consideración que surge desde adentro del deportista.

         Otros ejemplos, además de la gravedad, de consideraciones objetivas (tangibles y externas) para un deportista pueden ser:

  1. El dinero (recurso económico, financiero), comida y bebida (hidratación y nutrición),
  2. Los instrumentos (utensilios, artefactos, uniformes, raquetas, balones, etc.)
  3. Los medios de transporte (avión, autobús, carro, barco, etc.),
  4. La anatomía y biomecánica corporal (la capacidad de flexibilidad, contracción y recuperación de los músculos, huesos, articulaciones, órganos y sistemas internos, etc.),
  5. La infraestructura (estadios, canchas, vestidores, servicios sanitarios, la resistencia que impone el agua al nadar, el aire al correr o montar la bicicleta, la altura contra el nivel del mar, etc.)
  6. La prensa y los medios
  7. El público (presente o lejano)
  8. Las condiciones climatológicas, etc.

         Algunos ejemplos de consideraciones subjetivas (relativas, internas) que se comparan con el ejemplo de la interpretación y emoción del “miedo a caer” serían:

  1. Las ideas (los conceptos, los pensamientos, las visiones).
  2. Percepciones (interpretaciones, identificaciones, creencias, significados, premisas, supuestos, concepciones, juicios).
  3. Las emociones y sentimientos enlazados con las anteriores.

         Es decir que, durante las decisiones que todo deportista va tomando mientras avanza en la “cuerda floja”, las consideraciones pasarán irremediablemente de ser objetivas para transformarse en subjetivas. Por lo que, la Zona de las Consideraciones se refiere a todo lo que ocurre dentro de la experiencia personal e íntima del jugador, son sus integraciones tácitas y su proceso de asimilación y aprendizaje. 

         ¿Cómo se ha abordado esa Z. C.? Muy pobremente.

         El asunto es que la mayoría (99.99%) de los atletas están entrenados y son sumamente hábiles (y trabajan en ello todos los días de su vida deportiva) para lidiar, resolver, solventar y derrotar a todas las posibles consideraciones externas, de hecho es aquí justamente donde la frase más famosa del olimpismo “más rápido, más alto, más fuerte” cobra sentido, ¡un sentido incompleto! Significa que el foco, la atención y el énfasis está puesto en atender y vencer las adversidades exteriores, como si eso fuera lo único y más importante para alcanzar “la gloria”.

         Pero ¿qué tan preparado está el deportista para enfrentarse a sus consideraciones internas? ¿qué tan habituado está a la idea de otorgarle nuevas interpretaciones a la serie (incesante y abrumadora) de sucesos externos? ¿de qué manera y con qué versatilidad el deportista elige las opciones de perder, renunciar, fracasar, dejar ir, desapegarse de los resultados, soltar los condicionamientos y aquello que ya no debe ni puede cargar mientras avanza sobre la cuerda? ¿qué tanto le hemos ayudado a construir su propia red de seguridad, de confianza, de protección y autoestima para que la utilice cuando quiera y como quiera? ¿realmente hemos sido capaces de habilitarle contextos suficientes para que sea capaz de dar pasos firmes sin negarse a la posibilidad de que pueda poner sus propios limites, crear sus propias estrategias, de manera singular y bajo sus propios estándares subjetivos? ¿qué tanto hemos aprendido a tratarlo con dignidad, respetando su libertad, su consciencia y su responsabilidad para hacerse cargo de lo que él (o ella) crea más conveniente de acuerdo a sus anhelos, principios y valores más profundos?

         Y es que, montados en la cuerda y poniendo atención en los objetivos vistosos y llamativos, los deportistas (de todas las edades, géneros, idiosincracias, identidades e ideologías) nos hemos extraviado un poco. Los acontecimientos que se han suscitado durante los últimos días en Tokio 2020 con algunos atletas activos y por experiencias de otros tantos (que previamente se ganaron un lugar eterno en el Olimpo y que se hicieron presentes refrendando su empatía y apoyo por las redes sociales), nos demuestran que hay algo que de fondo requiere atención, ¿dónde fue que nos perdimos durante el recorrido sobre ese cable en tensión? ¿qué fue lo que nos hizo confundir el valor del llamativo brillo exterior de los metales al preferirlo por encima del brillo interior de nuestros poderes mentales, nuestras virtudes y principios, nuestra esencia y humanidad?

         Es cierto que el reconocimiento es importante, que las medallas y la fascinación por dejar grabadas nuestras huellas en la posteridad representan una forma indeleble de avisar que alguna vez fuimos vencedores, que llegar en primer lugar (o mucho más adelante que los demás) es motivador y alimenta nuestro espíritu de superación personal, que nuestra naturaleza conquistadora nos acelera el pulso cuando pensamos que podemos más ¡mucho más! pero ¿cada cuánto atendemos al llamado interior que clama por acogimiento, ayuda, paciencia y cuidado, ese que grita por auxilio desde nuestra esencia más preciada? ¿sabemos expresar NO, de la misma manera categórica como cuándo solemos decir que SI a todo lo que nos indican que es “indispensable” para llegar a la cima?

         Inmersos en una carrera por pertenecer, por ser reconocidos y por acaparar las lentes, las miradas y los podios, muchos deportistas se enfocan en destrozar los obstáculos externos, lamentablemente a costa de ir pulverizando sus redes de protección internas. Me lanzo a atribuirlo mayormente a una cultura que ha hecho más importante “las obligaciones tradicionales” forzando un estilo de acompañamiento basado en la coerción y la imposición, a la falta de empatía, solidaridad y compasión: un modelo de entrenamiento que está supeditado a la autoridad y a las órdenes de personas que aún mantienen la creencia de que los atletas requieren ser llenados constante y recurrentemente con exigencias, explicaciones y expectativas que son externas, la gran cantidad de coaches, capacitadores, facilitadores y docentes que con pensamientos arcaicos continúan suministrándoles incesantes “soluciones y recomendaciones” que ahogan e inhiben su habilidad de pensamiento crítico, su facultad de auto-gestión y de descubrir un camino propio basado en la confianza e independencia al convertirse en sus propios maestros

         Todos sabemos que un equilibrista, por más diestro, dominador y experimentado, siempre estará en manos de la diosa Tiqué (Fortuna para los romanos), por lo que sería imprudente, temerario y peligroso no contar con una red de protección bien atada, enlazada y tensada, sobretodo supervisada por quien provee los materiales, las herramientas y el propio diseño de la misma: el deportista.

         ¿Qué más tendría que ocurrir con los atletas durante este evento (o en los posteriores) para que el mundo deportivo tome en serio y de manera formal a los profesionales que contamos con los fundamentos científicos para ser de utilidad en cuestiones que provean espacios de reflexión, introspección y auto-análisis desde la perspectiva No Directiva y praxeológica?

         Los casos de atletas “quemados”, “fastidiados”, “cansados”, “atolondrados” y “exhaustos” van en aumento, y este pequeño mensaje pretende convertirse en un llamado (uno más) para que se brinde oportunidad a quienes podemos acompañar, de manera íntegra, respetuosa y digna a aquellos representantes del espíritu ganador, a todos esos jóvenes de cuerpo, de mente y de corazón, portadores de una flama incesante y quienes anhelan con habilitar un mundo regido por la paz, la unión, la armonía y sobre todo la conciencia.

         Porque las grandes cosas siempre son engendradas desde adentro, es tiempo de respetar la integridad y el potencialde todo ser humano deportista.


Jaime Molins • Intrenador profesional

INTRENAMIENTO Potencia la creatividad en el deporte

Facilitador Avalado y Profesional Certificado por el EO IPSO CENTER

3331570561

Guadalajara, Jal. México.

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